Poco queda de las clases en las que un libro, un cuaderno y un estuche son los protagonistas del aula. Pasamos la mañana en la clase de 4º de la ESO, nos toca dar Física y nos esperamos alumnos concentrados, mirando la pizarra y tomando apuntes en el cuaderno. Nos encontramos un grupo reducido de alumnos (nos explican que están en desdobles) y que están divididos en dos pequeños grupos de 5 alumnos cada uno. Cuando el juego – gamificación entra en el aula.
Nos sentamos al fondo de la clase para observar la dinámica que están siguiendo. Son dos equipos y ambos siguen las instrucciones que se indican en un papel que les ha repartido la profesora. Mientras que van resolviendo los pasos pautados, comentan entre ellos, bromean, se preguntan y desarrollan juntos el resultado en un hoja. Al fondo, la pizarra, donde la profesora va cambiando el tiempo que queda para terminar la actividad.
En la mesa del profesor, descubrimos dos pequeñas cajas: una de color azul y otra de color rojo, ambas cerradas con varios candados. Nos explica la profesora que la actividad de hoy se centra en que los alumnos sigan las instrucciones que les ha repartido para resolver diversas propuestas. Una vez que tengan las soluciones, pueden acercarse a la mesa e intentar abrir con ellas los candados de la caja correspondiente y descubrir el premio que tienen dentro.
Ahora entendemos la motivación y la dedicación que los alumnos ponen al resolver los problemas, hasta el punto de que nosotros pasamos casi desapercibidos en la dinámica de la clase. No se trata de una mecánica de clase tradicional, sino de un juego en el que los alumnos se han convertido en ficha, las casillas por las que deben ir caminando son los problemas planteados por las profesora y el aula se nos antoja como tablero de juego para obtener el premio final: el contenido de la caja correspondiente.
Tras intercambios de opiniones, complicidad entre los compañeros, alguna mirada curiosa al otro equipo, deliberaciones… ¡Lo tenemos! Uno de los equipos se levanta con los resultados en la mano para probar suerte con la apertura de los candados y consigue abrirlos. El premio son unos caramelos y chocolatinas y, ellos, están felices. Nos da la sensación de que, no tanto por el premio, sino por haber conseguido resolver entre todos las actividades propuestas.
A los pocos minutos, prueba suerte el siguiente equipo. Esta vez los candados no abren. Y lo que vemos son alumnos que se preguntan motivados en qué han fallado y que comentan entre ellos dónde pudo estar el error, inmersos todavía en el juego, aún cuando la clase ha finalizado.